La enredadera crecía y crecía
viendo la vida pasar
veía de todo un poco,
veía alegrías,
veía tristezas,
veía juegos y enfados,
veía acuerdos,
veía arrumacos,
desde aquel rincón olvidado.
Pero nadie le hacía caso
no necesitaba
demasiados cuidados,
pero pasaba desapercibida
como un mueble más del jardín,
y ella allí resistía
rayos y truenos,
días y días, años eran ya.
Hasta que llegó el cambio
otros rostros aparecieron
y la arrancaron sin piedad.
El rosal que estaba a su lado
triste la miraba, y la vez asustado,
porque creía que la próxima, tal vez,
corriera con la misma suerte,
así fué, pero la sorpresa fué mayor,
porque les llevaron a otro lugar,
a la parte principal
sí, dónde había más luz y más vida,
dónde eran admirados cada día
con cuidados y mimados con atención,
como nunca antes
habían estado.
A veces los cambios no son malos.
Sólo a veces.
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